Me atrevo a asegurar que los vinos que se producen en algunas regiones españolas, junto con algunos de los franceses e italianos, son los mejores vinos del mundo por la tradición de las familias elaboradoras y la historia de sus regiones productoras, aunque eso sí, con sutiles diferencias entre ellos.
Mientras al descorchar una botella de vino italiano sientes que son los vinos que provienen de la tierra del sol, de las sexys bacanales romanas, las campiñas tornasoladas salpimentadas de cipreses, la picaresca y el “aceite”, por otro lado cuando bebes los vinos franceses llega a nuestra mente la sensación de que son prestigiosos, únicos e inalcanzables, la imagen voluminosa del país de la gastronomía, las luces y el glamour, y además cuentan con el mayor de los defensores, “el francés de a pie”, capaz de alagar lo suyo aunque le produzca urticaria.
Pero ¿cuál es la identidad de los vinos españoles?
Tras darle muchas vueltas, en mi opinión, la imagen de nuestros vinos en el exterior es la de los vinos que pudiendo ser, no son, porque a la imagen proyectada le falta una pizca de todo lo que tienen los italianos y los franceses, y que es la íntima relación de sus productos, con los atributos sociales y culturales que les dan identidad.
Desde los tiempos de Viriato con los romanos, somos expertos en la guerra de guerrillas, pero para salir al mundo exterior a luchar contra los vinos del nuevo mundo, y el resto de nuestros competidores más cercanos, tenemos que organizarnos y aspirar a algo más.
Imaginaros que os propongo buscar una imagen de marca para los vinos españoles, y para ello, vamos a trabajar con los signos de identidad culturales y gastronómicos más representativos, las ciudades y playas de Andalucía, las costas que van desde el levante hasta la frontera francesa, los Pirineos, Galicia y el la costa norte, Madrid. Barcelona, Zaragoza, Euskadi… la alegría, el sol y la diversión.
¡Tenemos razones y nos sobran argumentos! El tema es ponerse de acuerdo pronto, para que no se nos pase el arroz!